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Convivir a Medias Para Vivir

Ayer estaba hablando con una amiga de la infancia. De hecho, Anays fue la primera amiga que hice en la escuela. Al principio nos odiábamos. Ella era hermosa. Aún lo es. Tenía un cuerpo voluptuoso y llegó en aquel primer semestre de sexto grado con unos aires de grandeza que no se los quitaba nadie. Todos estaban contentos de verla y era que Anays ya había estado en esa escuela. Yo había llegado a esa escuela en quinto grado y por primera vez no me cambiaron de escuela al siguiente grado. 

—"¿Y esta que se cree?", pesaba cada vez que la veía entrar al salón. Ahora morimos de risa cada vez que recordamos esos tiempos. Nos volvimos inseparables y teníamos planes de conquistar el mundo desde algún salón de la intermedia. Todo eso cambió cuando la mamá de Anays se mudó para Estados Unidos y le puso sentencia a nuestra separación. Cuando nos graduáramos, ella se iría. Han pasado ya quince años y ni el tiempo o la distancia han sido capaces de hacernos olvidar nuestra amistad o el cariño tan grande que nos guardamos. 

Por tiempos hemos perdido contacto y entremedio hemos tenido varias relaciones amorosas (ella más que yo). Ella siempre fue bien "avispaita", como decía mi abuela. Quizás por haberse criado "allá afuera" su manera de ser es un poco diferente a la mía. 

Hace poco vino a Puerto Rico y logramos encontrarnos, después de casi 5 años de no vernos. Ella nunca conoció a ninguno de mis novios y esta vez la recibí con un galán. Ahora cada vez que me escribe, me pregunta por él. —¿Ya están viviendo juntos?, me preguntó. Esto me llevó a querer explicarle cosas que ella  quizás podría entender pero realmente no quería profundizar tanto y menos por textos. 

De universitaria, recuerdo que le decía a Ángel (un muy buen amigo), que yo no creía en el matrimonio y que no pensaba que quisiera convivir con alguien, siquiera. Entonces llegó el papá de Lex, con quien único he tenido una relación tradicional. Olvidé todo. Convivimos, nos casamos, formamos una familia. Un día desperté y me di cuenta que había roto el único voto que valía realmente, el que había hecho conmigo misma de no permitirme perderme en un hombre. Muchos factores contribuyeron a que no continuara con aquella relación pero sí, la razón principal era que me necesitaba de vuelta.

Ahora puedo confesar que estoy algo enamorada de aquel galán que Anays conoció, y aunque la ceguera que causan esos primeros meses en los que comienzas a salir con alguien, me hizo pensar que podría volver a intentar jugar a ama de casa y vivir en familia, la verdad es que no. No creo que quiera hacerlo. 

Pensando acá como las Juanas, digo, como las locas, ¿qué tiene de malo no querer convivir bajo el mismo techo? Todos merecemos tener ese espacio íntimo, tan íntimo que nadie, ni mami, ni papi, ni los niños, ni nuestros amantes, están permitidos. Me he dado cuenta que mis mejores relaciones son esas en las que la distancia (poca o mucha) nos lleva a ser mejores personas cuando estamos juntos. 

Entiendo que el tipo de persona que he logrado ser, sí porque esto que soy me ha tomado años construirlo, me permite tener una relación lo más normal posible. Convivir y compartir nuestro diario vivir, los conflictos que enfrentamos, nuestras alegrías, reír y resolverlo todo como pareja pero ambos bajo techos distintos. Siento que nos permite estar conectados como pareja y a la vez logramos mantenernos como individuos. 

El espacio en la pareja es algo muy saludable que algunas mujeres ven como una amenaza a la relación y entiendo que esto es un conflicto interno que éstas deben resolver. Muchos le conocen como inseguridad pero el espacio es algo muy saludable. Les invito a intentarlo.

Me encanta tenerlo cerca, compartir con él y formar poco a poco una vida en común pero también me encanta el saber que al final del día, ambos volvemos a nuestro espacio. Yo soy yo, con mis greñas paradas. Él es, él, no sé qué hace y lo respeto pues está en su tiempo y su espacio. Esto no significa que nos amemos menos. ¿Dije amemos? 

En fin, esto nos da la oportunidad de reservarnos nuestros peores momentos, nuestras malas costumbres y todo esto que quebranta las relaciones y muchas veces las lleva a la cotidianidad, finalmente contribuyendo a que se desvanezcan en el día a día. No es que así quiera ocultar mi peor cara, él me ha conocido en mis peores momentos, mis ñoñerías extremas, mi peor cara de catarro y mis momentos de pantera enfurecida gracias al PMS. Prefiero convivir "a medias", ratitos intensos que valgan más que vivir con él bajo el mismo techo. ¿Acaso no merecemos sacarle el jugo a nuestra mejor versión? 

Quizás en un futuro piense distinto porque somos seres cambiantes y eventualmente nuestras necesidades como individuo y quizás como pareja cambien, ¿pero hoy? Hoy lo amo a distancia y me gusta extrañarle porque sé que pronto vendrá.